viernes, 26 de septiembre de 2008

UN SEÑOR LLAMADO GILA

¿OIGA? ¿EL ENEMIGO?
¿PUEDE PARAR LA GUERRA UN MOMENTO?



Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino [...] Apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre.

Así relata el propio Gila un episodio que lo tuvo como protagonista. El resultado fue que, en serio, los fusilaron mal: el borracho pelotón erró la mayoría de los tiros.
Gila, ileso, -en un gesto premonitorio de sus futuras habilidades- teatralmente se tiró sobre uno que estaba herido y que daba grandes gemidos. “¡Calla hombre, que nos van a rematar!”, le susurró. Era 1938, tenía 19 años y a la Guerra Civil española le quedaban pocos meses para finalizar.

Fugado luego de ese episodio y nuevamente atrapado por los nacionales de Franco –él era un voluntario de las fuerzas de la República-, ya en 1942, desde la cárcel, comenzó a publicar dibujos humorísticos. Poco menos de una década más tarde, saltó como espontáneo a un escenario, donde hizo reír al público con un monólogo donde describIÓ con mucha gracia recuerdos personales de su participación en aquel conflicto.

Y no hay que creer que fue el único hecho paradójico que vivió.

Yo estaba en el frente de El Pardo, en Madrid. Como tenía una bicicleta, cuando había tiempo me iba hasta mi casa, dormía allí, y al día siguiente volvía al frente. El día que justo cumplía 18 años, cogí la bicicleta y me fui a mi casa a celebrarlo. A la
mañana siguiente, cuando llegué al frente, me dijeron: ‘Tu regimiento no está aquí, se fue a Guadalajara’ (a unos 55 km.). Entonces con la bici me fui hacia allí; ya era de noche cuando llegué y vi un fuego con unos soldados alrededor, me acerqué y dije: ‘Oye, ¿dónde esta el quinto regimiento?’. Me respondieron: ‘Nosotros somos nacionales, tu regimiento está en aquel lado de allí’.

Sin duda, la guerra marcó su personalidad, y por ende, su humor, muchas veces negro, bestia incluso, donde a los chistes sobre ese tema, deben sumarse, por ejemplo, los de situaciones de violencia familiar, con disminuidos físicos, o gente con no muchas luces, clara alusión a cierta tipología de una España rural que si bien no existe, todavía guarda algún que otro rasgo.

Mi humor se basa en la crueldad de los hombres dicho con ingenuidad de niño. Yo trabajo con el absurdo lógico. Con mi estilo puedo hacer creer a la gente que en una rifa me ha tocado una vaca y que la he puesto en el balcón para tener leche fresca. Jamás podré hacerles creer que esa vaca juega al truco.

Ese componente surrealista, que, como sostiene Juan Sasturain, en lo gráfico se parece bastante a otro grande, Landrú, tenía, en escena, un elemento material, el teléfono. Con ese único adminículo creaba situaciones –escribió más de 120 monólogos- que navegaban entre la inocencia y el absurdo, pero sobre todo en una profunda, filosa mirada sobre el ser humano.

Pienso que en el humor no hay estilos. Creo que el humor es una estafa cerebral, es colocar al interlocutor al borde de un abismo y ponerle piedritas para hacerlo trastabillar. Soy muy observador, veo las cosas y las comento. Todo lo que parece serio es un disparate, así que hay tema en todos lados.

Famoso a uno y otro lado del Atlántico, la lista de influencias que siempre dijo recibir es un verdadero seleccionado del humor: Averchenko, Chéjov, Wenceslao Fernández Flores, Jardiel Poncela, Mihura, Neville, por citar algunos.
Muchos de ellos pueden sonar desconocidos, o más bien injustamente olvidados, pero fundamentales a la hora de hablar de un género que el mismo Gila supo definir con una metáfora bélica.

El humor es un arma que no mata, lesiona nada más.

Monólogo de la guerra

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