viernes, 6 de junio de 2008

TODOS SOMOS LOS TRES CHIFLADOS


¿Cómo es posible que unos artistas que generaron lo mejor de su creación hace más de 50 años, sigan sumando tras de sí verdaderas hordas de fanaticos?

Y cuando se dice fanatismo se habla de convenciones recordatorias, de abundante merchandising, gran cantidad de libros, un museo, y una persistente permanencia en la televisión, donde adquirieron una aún más extensa fama.

Otra curiosidad: el escenario de esta situación abarca al continente americano, desde el Océano Ártico hasta el Cabo de Hornos, tal vez Japón, y casi nada de Europa, ya que The Three Stooges, Los Tres Chiflados en el mundo latino, que es de quienes estamos hablando, son, con excepción del Reino Unido, poco más que unos desconocidos en el llamado Viejo Continente.

Ni Laurel y Hardy, ni Los Hermanos Marx, ni siquiera el que es considerado el creador de comicidad más grande de la historia, Charles Chaplin, despiertan nada parecido a lo que los Stooges siguen generando. ¿Y eso por qué?

Una explicación posible es que nadie como ellos llevaron a cotas tan altas el slapstick, el humor con violencia física simulada, que todavía es criticado por no pocas voces, pero que en esencia es el mismo de los payasos de circo a la hora de las cachetadas.

En el aceitado dispositivo que pone en juego el trío en cada rutina, rápìda y perfecta en sus movimientos, la parte hablada no es lo de menos, incluso muchas veces supera con creces lo funcional y alcanza en sí misma gran protagonismo.

En muchos de los casi 200 cortos filmados entre 1934 y 1958, y proyectados como variedades previas a las peliculas en las salas de cine de la época, este feliz vínculo de texto y acción tiene varios puntos altos. Por ejemplo, el corto Hoi Polloi (cuya traducción podría ser Gente ordinaria, 1935), en el que aparecen Moe, Larry y Curly, el terceto más celebrado de los varios que tuvo el grupo.

La historia muestra a dos profesores de la alta sociedad que discuten sobre qué es lo que moldea el carácter de las personas. Mientras uno arguye que lo heredado es el esqueleto que conforma la personalidad, el otro sostiene que la clave de la distinción social es lo adquirido. O sea, lo heredado versus lo adquirido. Apuestan; el que defiende la postura de lo heredado se compromete a pagarle al otro 10.000 dólares si consigue transformar en un caballero a alguien de baja clase social.

A mano se les aparece no uno, sino tres conejitos de indias, los Chiflados, recolectores de basura que hacen su trabajo al estilo marca de la casa, más bien tirando la roña fuera que dentro del camión.

Eso es lo que muestra en esencia el corto, el proceso de “aprendizaje” al que son sometidos para entrar en la “high society”, y luego, su presentación en ese círculo.

Esa velada, aparente demostración de la teoría de que es posible cambiar las características de una persona pese a su procedencia social, poco a poco empieza a revelar agujeros bajo la línea de flotación. Al menos no parece funcionar con los Chiflados, quienes terminan por descontrolar el cocktail party, después de generar un caos en la pista de baile, intentar robar la cuberterìa de plata, y, por último, desatar un festival de sopapos, en el que los más activos, son, precisamente, quienes vienen de cuna de oro.


Clase de Baile

http://www.youtube.com/watch?v=xAam2NF2GbQ

Curly roba champán y cubiertos

http://www.youtube.com/watch?v=XEuXsNK1yDM&feature=related

Descontrol final

http://www.youtube.com/watch?v=pm6-JJ3z9gI&feature=related


Además de la evidente crítica a la aristocracia, una conclusión aún más irónica aparece. Los Chiflados siempre serán unos outsiders, típico producto del desclasamiento producido por la Gran Depresión, nunca encajarán en otro tipo de ambiente, pero, al mismo tiempo, como mecha que enciende el desquicio, invocarán al desubicado que todos llevamos dentro.

Continuar...